Por: Cecilia Saldaña Fentanes.- Psicoterapeuta psicoanalítica infantil integrante de psii.
Josué llega por primera vez a mi consultorio acompañado de su madre. Él se muestra indiferente y ensimismado; en contraste, su madre manifiesta angustia y preocupación al decir: “A Josué parece que ya no le interesa nada, es indiferente hasta a los castigos. Además, ya no puede aprender en la escuela, está reprobando casi todas las materias; especialmente se le dificultan las matemáticas, justo lo que antes era su fuerte.”
Al continuar con la entrevista, me entero de que el papá de Josué (que era quien generalmente le ayudaba a hacer sus tareas), hace menos de un año que se fue al extranjero, después de decidir separarse de su mujer. La situación fue que ninguno de los dos tuvo el valor para hablar claramente con Josué sobre esta decisión, ya que él estaba demasiado apegado a su padre y no supieron cómo decírselo.
Después de comentar varias cosas que le preocupan, la madre exclama: «¡En realidad estoy desesperada y no puedo entender qué es lo que pasa con mi hijo!” Y casi al finalizar la entrevista, comenta: “Lo más raro de todo es que parece que a Josué no le afectó lo de la separación. Ni siquiera me pregunta por su papá, ni lo menciona. Yo que pensaba que iba a ser devastador para él, ha resultado ser el más fuerte de todos».
Como padres, ya sea que estemos juntos o separados, todos deseamos dar a nuestros hijos lo mejor; poder proporcionarles las herramientas que les permitan desarrollarse, crecer y ser felices. Cuando una separación o divorcio se presenta en la vida familiar, a veces, en medio de todo el torbellino de emociones que vivimos como padres, podemos llegar a creer que ya no será posible darles ese bienestar que tanto deseamos, y peor aún, que hemos fallado como padre o madre.
Pero ¡no es así! Una separación o divorcio no tiene por qué ser el pronóstico de una infancia infeliz para nuestros hijos; al contrario, de nosotros como padres, depende que se convierta en una experiencia de crecimiento y madurez para todos los involucrados en este cambio.
¿CÓMO?
Primero, entendiendo un poco cuáles son las cosas que pasan por la mente y el corazón de uno como madre o padre y de nuestros hijos.
FANTASÍAS INFANTILES Y MITOS RELACIONADOS CON LA SEPARACIÓN DE LOS PADRES
Como adultos, sabemos que “cada cabeza es un mundo” y que todos reaccionamos de diferentes maneras ante las cosas que vivimos; esta misma afirmación, también es aplicable a los niños y adolescentes.
Ante cualquier separación o divorcio de los padres, los hijos van a tener diferentes reacciones. Podemos decir que todos sufrirán esta situación, pero cada uno lo va a manifestar de manera muy distinta. Algunos lo harán abierta y directamente, encarando a los padres y enojándose con los dos o con alguno de ellos; otros lo harán de forma indirecta, presentando cambios en su comportamiento, como no querer comer, hacerse pipí nuevamente, tener pesadillas constantes, estar muy berrinchudo y rebelde, etc.
Sea como sea, es un hecho que el divorcio o la separación de los padres es un evento muy importante en la vida de un hijo, que le generará sufrimiento y muchas veces inestabilidad en varios aspectos. Sin embargo, también es real que una separación, asumida por los padres con responsabilidad, NO TIENE QUE SER EL PEOR ACONTECIMIENTO, ni implica que los hijos deban sufrir toda su vida, o que queden inestables o traumados para siempre.
Antes de profundizar en las reacciones que nuestros hijos pueden llegar a tener, es crucial que como padres entendamos y eliminemos aquellas creencias o mitos que hemos aprendido y escuchado, y que en lugar de ayudarnos y acercarnos a nuestros hijos, nos confunden y distancian de ellos. En esta ocasión mencionaré dos de estos mitos, que en lo personal considero de suma importancia y que se relacionan entre sí:
MITO:
ES MALO HABLAR CON MI HIJO SOBRE LA SEPARACIÓN O EL DIVORCIO, porque es pequeño y no lo va a entender.
REALIDAD:
Nuestros hijos necesitan saber y escuchar de las personas que más aman y en las que más confían (sus padres), lo que está sucediendo o está por suceder.
No decir nada, implica que es preciso OCULTARLO, que hay algo vergonzoso. El niño, además de sentirse confundido y culpable, se aísla emocional y socialmente, pues interpreta que es “malo” hablar de lo que sucede y de lo que siente.
Esto implica:
1. Decirle a nuestro hijo/hija, cualquiera que sea su edad, que sus padres han tomado la decisión de separarse.
2. Hacerlo preferentemente ambos padres juntos y no uno de ellos solo.
3. Evitar emitir acusaciones, culparse uno al otro o “ventilar” los conflictos de pareja, ya que es fundamental que el niño pueda mantener una buena imagen de su madre y su padre, pues él o ella es el resultado de la unión entre esas dos personas.
4. Siendo así, será suficiente con decirle, por ejemplo: «Como ya te has dado cuenta, hace tiempo que mamá/papá y yo no nos llevamos bien, que discutimos y peleamos. Es por éso que hemos decidido vivir separados». Y enseguida explicarle los detalles de cómo será la vida a partir de ahora, por ejemplo: «Tú vivirás aquí conmigo y papá irá a vivir a otra casa, pero podrás hablar con él siempre que quieras, se verán y estarán juntos con mucha frecuencia...»
MITO:
ES MEJOR APARENTAR QUE TODO ESTÁ BIEN, porque saber la verdad sería muy duro para él/ella y sufriría.
REALIDAD:
La realidad es que las parejas que ya no se aman, no pueden ofrecer al niño más que una mera apariencia, misma que por cierto no le engaña, por lo menos no a un nivel inconsciente; pues las cosas que se dicen y las demostraciones que se hacen, son los hechos del día a día que confieren sentido y proporcionan puntos de referencia al niño.
Una separación, cuando es asumida responsablemente y de forma madura, es una oportunidad para nosotros y nuestros hijos de crecer. Es un nuevo camino, lleno de oportunidades, donde estamos dando ejemplo de honestidad hacia lo que sentimos y hacia las personas que más nos importan: Nuestros hijos y nosotros mismos.
Por otro lado, es importante que como padres también conozcamos algunas de las creencias y fantasías que nuestros hijos suelen llegar a presentar y que pueden llegar a ser generadoras de sufrimiento, para ellos y para nosotros. De esta forma, estaremos más preparados para reaccionar frente a ellas, y así, ayudarlos en este proceso que están viviendo. En esta ocasión, abordaremos cinco de las más comunes e importantes:
1. Mis papás ya no están juntos y ¡es por mi culpa!
Esta idea prácticamente siempre se observa en los niños y es generadora de mucha angustia y de mucho sufrimiento. Para evitar esto, es importante dejar claro que NINGÚN HIJO causa el divorcio o la separación; simplemente mamá y papá ya no se entienden y ya no son felices juntos, y sólo A ELLOS les corresponde tomar esa decisión.
Siendo así, es necesario explicarle que nada de lo que él/ella haya hecho o dejado de hacer, fue motivo de que mamá y papá hayan decidido separarse. Esto es, el que a veces se porte mal, saque malas calificaciones en la escuela, moleste a su hermano o incluso los haga perder la paciencia, NADA tiene que ver con su separación o divorcio, pues ésta es una decisión que ellos, por otras causas o conflictos, han debido tomar como adultos que son.
2. Algún día mamá y papá volverán a estar juntos de nuevo
Esta es una idea, una ilusión, que prácticamente todos los niños abrigan en su mente y en su corazón, producto de un profundo deseo de que todo vuelva a ser como antes. Y sin importar que mamá, papá o ambos, ya tengan una nueva pareja, o incluso estén viviendo con ella o se hayan vuelto a casar, esta fantasía muchas veces continúa.
Lo importante, cuando prevalece a pesar del paso del tiempo, es que ambos padres les expliquen, de una forma amorosa pero muy clara, que éso no sucederá, y sobre todo, que eviten continuar realizando actividades cotidianas o frecuentes «en familia», por ejemplo, los fines de semana, ya que el hacerlo sólo les provocaría confusión y estaría precisamente alimentando su fantasía.
3. Ahora que no está papá/mamá, yo soy el hombre o la mujer de la casa
Este es un pensamiento común en los niños y adolescentes y, aunque muchas veces no sean plenamente conscientes de ello, se puede ver cuando alguno de los hijos empieza a asumir un papel que no le corresponde:
- Mudarse a la cama de mamá o papá.
- Ocupar en la mesa el lugar del padre que se haya ido.
- Actitudes de “regaño” hacia mamá o papá porque sale, por lo que hace, por cómo se viste, etc.
- Utilizar el closet de mamá o papá.
- Querer educar o tomar decisiones respecto a la disciplina de los hermanos menores, asumiendo un rol de autoridad que no le corresponde.
En pocas palabras, el hijo o hija pretende volverse la pareja de la madre o el padre, y al mismo tiempo, asumir el papel de éste en la educación de sus hermanos.
Aunque para algunos padres ésto pueda resultar tierno, conveniente o poco importante, en realidad para un hijo que asume este papel y se le permite, representa mucha ANGUSTIA y una enorme CARGA EMOCIONAL; ya que él o ella no está capacitado para asumir decisiones y roles de esa índole, ni tendría por qué hacerlo.
Cuando un hijo presenta actitudes como éstas, los padres deben ponerlo en su lugar de hijo. Claro, de una manera firme pero amorosa. Aclararle que él es nuestro hijo, y que si ya no está su papá/mamá, ese lugar no tiene por qué ser ocupado por él; porque ese lugar le corresponde a nuestra pareja, no a nuestros hijos. Que él tampoco tiene por qué comportarse como el padre de sus hermanos, y que de su educación se seguirán encargando ellos, que son su mamá y su papá, a pesar de estar separados o divorciados.
4. Mamá/papá ya no me va a ver o ya no me va a querer
Esta idea en el niño o niña, suele estar acompañada de mucha preocupación, miedo e inclusive angustia, ante la noticia de separación de sus padres.
Aunque es un hecho que la relación de la pareja se haya roto, es importante hacerle saber (y asumir como padres), que la relación que mantienen con sus hijos NO tiene por qué cambiar en lo fundamental.
Algo que se le debe hacer saber al hijo, no sólo con palabras, sino también y sobre todo con hechos, es que aunque sus padres ya no desean estar juntos, a él lo siguen amando incondicionalmente, y lo seguirán cuidando, atendiendo y apoyando SIEMPRE.
En este sentido, la clave está en la CONGRUENCIA, pues de nada le sirve al niño o adolescente escuchar que es amado e importante para el padre que ya no está en casa, si éste no le llama en fechas importantes, no llega en el horario acordado o no cumple con los planes juntos que le había prometido.
5. Soy el resultado de un error de mis padres
Siguiendo la misma línea, cuando un niño vive el proceso de separación de sus padres, especialmente cuando ha sido testigo del resentimiento y coraje de por lo menos alguno de ellos, la sensación que le queda es que él o ella es fruto del PEOR ERROR de sus padres. Sobre todo si ha escuchado o visto que ellos expresan o viven así la relación que acaban de terminar.
Para esto es fundamental que los padres NO renieguen de la unión que llevó al nacimiento de su hijo y que se lo puedan expresar, por ejemplo: “Cuando te concebimos, tu papá/mamá y yo nos amábamos mucho, y sigue haciéndonos muy felices el que estés aquí, aún cuando él/ella y yo, hayamos decidido ya no estar juntos”.
Asimismo, en aquellos casos en que la separación o el divorcio ha sido precedido o mediado por conflictos graves, algo que se debe evitar a toda costa, es tomar al hijo o hija como «escudo» o como «arma» para manipular, molestar o desquitarse del otro. Si bien esto muchas veces parece imposible cuando existe de por medio mucha ira, frustración o resentimiento, el daño en los hijos -AQUÍ SÍ-, puede llegar a ser inmensurable y permanente. Es por eso que en tales circunstancias extremas, una intervención profesional oportuna se vuelve indispensable.
En conclusión, no podemos negar que el divorcio o separación de los padres es un tema muy delicado que afecta -en mayor o menor grado- la estabilidad emocional de los hijos, más aún si son pequeños. Sin embargo, tampoco tiene por qué convertirse en un infortunio que los traume por el resto de su vida, siempre y cuando los padres sepamos manejar este proceso con ECUANIMIDAD y SENSIBILIDAD; anteponiendo EN TODO MOMENTO el bienestar físico, mental y emocional de nuestros hijos, y recurriendo siempre que sea necesario, a la orientación profesional de un experto.